A la vista del seísmo que se produjo en Euskadi con la compra de Euskaltel por parte de MásMóvil, parece que sí. No ha sido el primer caso, ni mucho menos, y no será el último, sobre todo a la vista de los amplios movimientos que estamos observando en todos los países.

Este tema me produce un sentimiento contrapuesto. Yo creo en el modelo capitalista (eso sí, regulado «a la europea») y me parece que es bueno y sano que haya movimientos de compra-venta de empresas. A nuestras empresas creo que también les parece bueno, porque en los últimos 30 años han sacado la chequera unas cuantas veces para comprar otras compañías nacionales y de otros países. Es más, cada vez que lo hacen, todos, administraciones incluidas, nos vanagloriamos de ello y sacamos pecho.

También sacamos pecho cuando vemos nuestros rankings en sectores punteros, nuestra tecnología, cómo somos capaces de competir con empresas de todo el mundo incluso mucho más potentes que nosotros, o cuando empresas de otros países se instalan en nuestro territorio. Lo que pasa es que este camino… es de doble sentido. No se puede poner puertas al campo y vivimos en un mercado global: nosotros aprovechamos oportunidades en otras empresas de fuera y otros hacen lo mismo con las nuestras. Y esto, dado nuestro tamaño, puede llegar a ser un problema muy grave, porque es mejor tener aquí los centros de decisión de nuestras sociedades que no tenerlo.

¿Nos resignamos entonces?, ¿Euskadi, un país enano, puede hacer algo para evitar que otras compañías más poderosas vayan comprando las nuestras más apetitosas y nuestro tejido quede a merced de decisores de Estocolmo, Chicago o Dubai? Evidentemente, habrá que hacer lo que se pueda. De hecho, ya hace mucho tiempo que algunos vieron el problema y tomaron medidas exitosas que, hoy, desde las patronales hasta las administraciones quieren impulsar y generalizar.

Me refiero a las diversas iniciativas en marcha que promueven que los trabajadores de una empresa no cooperativa participen en su propiedad y gestión. Especialmente en Gipuzkoa tenemos significativos ejemplos de compañías de todo tipo y sector que han optado por esta vía, para reforzar el apego y la actitud de sus trabajadores y favorecer un mayor arraigo de la empresa en el país. De esta forma, además de mejorar su competitividad y su atractivo para los trabajadores actuales y potenciales, se puede llegar a dificultar el que, un buen día, la firma pase a unas manos que la gestionen sin tener en cuenta su idiosincrasia, los intereses generales de sus empleados y los de nuestra sociedad.

Las compañías que ya han dado o están dando el salto saben muy bien que no es un proceso fácil, porque estamos hablando de un cambio nada evidente que en cada caso habrá que diseñar a medida, costoso (consume mucho tiempo, esfuerzo y requiere apoyo externo) y que tiene importantes repercusiones personales para todos. Y para tener éxito, debe cuidar especialmente la alineación de la mentalidad, visión y estrategia de las partes involucradas (propiedad, equipo directivo y personal).

Tanto Adegi, que promueve la Nueva Cultura de Empresa, como la Fundación Arizmendiarrieta y la Asociación Amigos de Arizmendiarrieta, que impulsan el MIPE (Modelo Inclusivo Participativo de Empresa), son dos ejemplos de estos movimientos. Y las administraciones vascas se involucran en esta tarea, ofreciendo ayudas para explorar e implantar este tipo de modelos, así como otros relativos a la sucesión en la propiedad.

Volviendo al principio, hay una pregunta que ya nadie podrá contestar: ¿Euskaltel seguiría siendo hoy una empresa con centro de decisión en Bizkaia, si hubiera implantado un modelo de este tipo?

Como agua pasada no mueve molino, miremos hacia adelante: ¿merece la pena poner más carne en el asador para impulsar este tipo de modelos de empresa? Yo creo que sí.